domingo, 11 de marzo de 2012

In memorian de los profesores inmolados en el Palacio de Justicia, Bogotá, 9 de noviembre de 1985.



Uno de los discursos más duros que tuvo que dar el Rector Fernando Hinestrosa fue el del 9 de noviembre de 1985 despidiendo a los profesores inmolados en el Palacio de Justicia. Momentos tristes de Tinieblas que después logramos superar. Se implementó el Programa de becas para reemplazar a los profesores caídos, el Externado se fortaleció en espirítu. La pérdida y el dolor fueron grandes en aquella ocasión y logramos salir de nuestra desolación con nuestro ideario externadista guiados por el Rector. Los dejo con las palabras del Maestro Fernando Hinestrosa:

Estamos afectivamente destrozados; no podemos aceptar el absurdo de lo ocurrido: nos rebelamos antes la realidad fatal...
Hace cien años nuestros próceres fundaron este Externado como refugio de la libertad de pensamiento, forja de ciudadanos, templo de rectitud y de fortaleza de carácter, en momentos en que el oscurantismo y la intolerancia se enseñoreaban en el país, y ahora, cuando nos preparábamos jubilosos a conmemorar nuestra efemérides, exhibiendo con orgullo la hoja de servicios a la nación de la Universidad y des sus gentes nos encontramos, súbita, abruptamente, delante de las cenizas de ocho profesores de la Facultad de Derecho, cinco de ellos antiguos alumnos de este claustro, sacrificados con crueldad inimaginable en crimen atroz y repugnante: el atentado más aleve y absurdo que pueda registrarse en los anales de nuestra historia contra las instituciones y quienes las representan.
Sentimos dolor en todo nuestro ser, tristeza, desconcierto, amargura, desolación, pesadumbre de patria, de universidad, de familia. Estamos afectivamente destrozados; no podemos aceptar el absurdo de lo ocurrido; nos rebelamos ante la realidad fatal; quisiéramos despertar de esta horrible pesadilla.
Uno a uno han discurrido en fila interminable, reverentes y sobrecogidos, los profesores, los compañeros, los colegas, los alumnos, los amigos de los ilustres desaparecidos, con respeto, unción y solidaridad, sin poder contener el llanto, venidos de todos los lugares de la patria, atribulados e incrédulos.
Alfonso Reyes Echandía, Carlos Medellín, Manuel Gaona, Fabio Calderón Botero, Emiro Sandoval, fruto genuino y munífico de esta Casa; Ricardo Medina Moyano, José Gnecco Correa, Darío Velásquez Gaviria, catedráticos compenetrados con su espíritu; perdidos todos para la juridicidad, para la cátedra, para la amistad, para el calor de sus hogares.
Juristas distinguidos, hombres de letras, consejeros prudentes y sabios, investigadores profundos, amigos leales, esposos y padres amorosos, tiernos, severos. Juntos anduvieron en el desempeño pundonoroso y recto de su oficio de jueces, juntos fueron inmolados y yacen aquí como un clamor a la conciencia nacional, como una campanada de alarma que intenta despertar a una opinión frívola, dispersa, fatua; suplicantes, no por sus vidas, sino por la supervivencia del ser republicano de Colombia, por la vuelta a su identidad, por el imperio del derecho y de la justicia, lucha que constituyó la razón de su vida y también de su muerte.
"Honeste vivere, alterum non laedere, ius suum quique tribuere, esta trilogía lapidaria, añeja ya de muchos siglos, sigue siendo hoy el paradigma de equilibrio social. El desconocimiento de tales principios, fruto de milenaria experiencia, ha sido fuente de profunda perturbación y conflictos [...] Porque la justicia es orden social; pero no ha de entenderse ni practicarse como el orden que impone el fuerte sobre el débil, el dominador al dominado, sino como ingenioso mecanismo creado por el hombre desde el poder para garantizar el tranquilo desarrollo de sus actividades interpersonales y comunitarias". Así se pronunciaba sentenciosamente Alfonso Reyes Echandía, a comienzos de este año, al agradecer el homenaje que sus compañeros externadistas, le tributamos por su exaltación a la presidencia de la Corte Suprema de Justicia. "En una Colombia atribulada por hondos padecimientos éticos, económicos, subsisten aún dos valores capaces de rescatarla: el pueblo y los jueces; en aquél está la esencia de la patria; orgullo, autenticidad, valor, sacrificio y amor; en éstos, la probidad, el equilibrio conceptual y la serena entrega del cumplimiento suprema del deber de juzgar, sin otras armas que las inmateriales, de la ley, sin más protección que el escudo invisible de su propia investidura", agregaba, consciente de la fragilidad de la existencia humana, al propio tiempo que de la solidez de sus obras, afirmadas en la rectitud y la entereza del carácter.
Estremecidos recogemos esas definiciones y criterios, porque en ellos encontramos, removiendo las cenizas de los magistrados inmolados, un rescoldo de esperanza, un imperativo de conducta individual y colectiva, a perseverar obsesiva y paciente, pertinazmente en la creencia de la bondad del ser humano, en la posibilidad de que Colombia sea patria para todos sus hijos, en la realización de los ideales de entendimiento, de fraternidad, de dignidad de la vida.
(...)
A tantos colegas, pero sobre todo a los jóvenes y, en especial, a los estudiantes, vaya una exhortación ahincada a recoger las armas de la juridicidad que yacen al pie de los cadáveres de nuestros colegas, a montar guardia para que no penetren jamás en nuestros corazones y ánimo, ni la cobardía, ni la venalidad, ni el oportunismo. Nuestra Universidad ha sido diezmada por el crimen, y no por la casualidad; los invito a que volvamos sobre nosotros mismos, a que la proximidad y la intimidad que imponen el dolor y la aflicción de la pérdida de los seres queridos estreche los lazos que nos unen; a que cerremos filas en torno de los valores que nos son caros, que heredamos, que aprendimos de nuestros maestros, que profesaron sin vacilaciones ni debilidades estos catedráticos, juristas y magistrados.
Tenemos que superar el sentimiento de orfandad que nos agobia; tenemos que formar con esfuerzo ingente los cuadros que hayan de llenar los vacíos que lamentamos; habrá lugar a trabajo con denuedo, con fervor, con entusiasmo, con fe en la juventud, con esperanza en ustedes queridos estudiantes, cuyo dolor ha de convertirse en afán de superación de sus maestros, siguiendo el ejemplo legado por ellos.
¡Adelante! Tenemos principios, valores, guías, ejemplos, y el apremio de recobrar una patria que se nos está yendo de las manos; tutelémosla para no tener que mendigar mañana a cualquier matón la dádiva de poder seguir siendo colombianos, ni llegar a sentir vergüenza de serlo.
Adiós Carlos, amigo de siempre, fraterno, sincero, leal: la estética del derecho con que se abrió tu carrera profesional presidió tu conducta hasta el último día. Adiós Alfonso: su comportamiento será siempre un ejemplo y un estímulo para todos nosotros; su Instituto de Derecho Penal perpetuará su nombre y sus discípulos continuarán su labor. Adiós Manuel: el roble que usted sembrara en aniversario de su promoción crecerá y a su sombra muchos jóvenes sucesivos estudiarán la teoría constitucional en su libro y la práctica en su desempeño. Adiós Fabio, condiscipulo invariable, compadre generoso. Adiós Emiro: cómo sentimos tu partida prematura, cuando comenzaba a rendir el zumo de esfuerzos y sacrificios ingentes; cuántas glorias le esperaban. Adiós Ricardo; adiós Pepe; adiós doctor Darío. Gracias por los dones de su amistad, su consejo y su respaldo. Mas todos seguirán viviendo porque los evocaremos con cariño y reconocimiento y las nuevas generaciones oirán continuamente a sus mayores referirse a ustedes como hombres de bien, valores genuinos de Colombia.
Gracias a las familias de nuestros caros finados por habernos permitido albergar sus féretros con el fin de tributarles nuestro postrer homenaje fraternal y filial, y compartir sus sentimientos en solidaridad absoluta.
¡Guardemos nuestra aflicción y alistémonos para continuar la marcha!
In memorian de los profesores inmolados en el Palacio de Justicia, Bogotá, 9 de noviembre de 1985.